
"Cuando alguien está seguro de su cordura puede hacer mofa de los locos. Cuando alguien no lo está, busca en ellos características comunes, para corroborar su estado de demencia."
Andrés todavía tenía ese susto prolongado, solo que ahora, como se las tiraba de investigador, tenía su cabeza ocupada, además, pensaba que ese susto ya era parte de él. No era de esperarse que alguien como Andrés dudara de su cordura, ya que cuando uno se mete en los pensamientos y ellos parecen tener vida propia, ajena a la de uno, se empieza a modificar la realidad. Sus ansias de conciencia se debía claramente a su miedo a perder la cordura, ya que cuando uno vive en su propio mundo, y este parece ser fantasioso, sin historia, se vive en los sentimientos, los impulsivos, esos que no necesitan historia. Esa libertad impulsiva lo estaba matando. Lo hacía esclavo del mundo, y ponía su mente a merced del entretenimiento, huyendo desesperadamente de las responsabilidades abandonadas por las decisiones impulsivas. No existe irresponsabilidad, ella está ahí esperando, nada más, para ser asumida, esperando, en algunos casos, a ser asumidas con sus propias vidas. Muero como viví.
Cuando llegó la incertidumbre de su propia cordura lo puso nervioso por el hecho de que algún doctor interno lo viera y ordenará su inmediato internamiento. El lugar resultó fascinante. Se podían ver seres humanos caminando sin rumbo, como carritos chocones. Esa fue la primera impresión, una tremenda soledad. Primer síntoma común. La entrada carcelaria, gritos extraños ajenos, personalidades ajenas, doctores asustados, y locos por conveniencia era el cuadro principal que se pintaba cuando Andrés esperaba su turno para ingresar al recinto.
_Si, venía para ver si me podía dar una cita con Alberto, dijo Andrés.
_Alberto, el viejito inverso, dijo la Enfermera entre risas disimuladas, vamos a darle un golpe para agarrarlo al derecho, concluyó.
_ Si ese mismo, soy sobrino de un amigo del él de la infancia, dijo Andrés.
_Espérese ahí en la sala yo le aviso, dijo la Enfermera.
Cuando alguien está seguro de su cordura puede hacer mofa de los locos. Cuando alguien no lo está, busca en ellos características comunes, para corroborar su estado de demencia. Así estaba Andrés de atento. Diez minutos después la enfermera lo llamó, y dos enfermeros robusto, lo dirigieron a la puerta de entrada. La puerta era metálica, y tenía dos picaportes con candados y un llavín viejo, se podía ver poco hacia adentro por la estrechez de los barrotes. Después de cinco minutos de intentos para dar con las llaves (era una llavero gigantesco), se abrió la puerto, y quedó a la vista un mundo de locos.
Habían mujeres de playa, vestido de baño puesto, anteojos de sol, paño colorido en el piso, unas de espaldas y otras de frente, recibiendo el sol emitido por los fluorescente dobles de los pasillos. A la par de ellas libros, como sucede en la vida real, para leer mientras reciben el sol, y una botellita de agua, y otra de aceite de coco.
_Es que están de vacaciones, dijo uno de los Enfermeros.



_Ese es Alberto, vaya hable y nosotros los esperamos aquí, y nos avisa cualquier inconveniente, tiene media hora, dijo el enfermero.
Andrés partió, con la cabeza abajo y las manos en las bolsas. Los enfermeros los vieron, y vieron alrededor y caminaban igual. Pasos cortos y rápidos, como llegando rápido pero lento. No querría ver a los lados. Llegó. Se quedó inmóvil atrás de él pensado en la primera frase que saldría de su boca, sacó su mano de la bolsa y toco el hombro del viejo.
Después del largo viaje, entre aquellos buses nostálgicos, puso los pies en tierra y sintió subir por su cuerpo sus deseos más instintivos y carnales.

Apresuradamente Diana corrió a saludarla, simple sin maquillaje, y la recibió con un abrazo fraternal, donde pasaban miles de imágenes del pasado, todas relacionadas con su actividad nocturna. Le dijo al oído: “ya llegaron”. La sonrisa de Juana empezó a brillar sobre esa cáscara hipócrita. Instantes después oyó un ruido necio que se revolcaba entre utensilios de belleza y monedas, sobros de los cuatro pasajes. La llamaba el extranjero. Al ver el número que sabía, sentía, apagó el celular con dos fuertes impulsos del pulgar derecho. Era ese necio. El extranjero estaba impaciente por demora y sentía la necesidad biológica de llamarla y oír su voz, aunque sea fría y desinteresada. Esos instantes eran eternos, y lo hacia moverse de un lado al otro con un cigarro gastado.
Ellas la acompañaron hasta la casa, donde se sentaron por medía hora a resumir los acontecimientos de Esperanza, donde Juana Viale sentía un dolor interno provocado por su vida de miseria en la ciudad. Cuando se fueron, sus padres la recibieron con muchos regalos conmiserados, todo lo que ella adoraba, ropa, zapatos, suertes, y citas con la estilista para masajes, corte de pelo, y maquillaje a placer. Ese era el protocolo de salida, todo lo que ella necesitaba para poder luchar contra sus colegas en la caza nocturna.
Dentro de sus contrincantes estaban sus amigas. Lo de Diana era simple, era una Diosa, no necesitaba mucha ayuda celestial para poder hacer de sus fechorías, y la hacia sentir mal ya que siempre se llevaba al mejor prospecto, y en ocasiones sin ayuda.

_Alo como estás, vieras que llegue bien pero me llamó una amiga del colegió y me invito a la fiesta que le hicieron los papás en su casa, ya iba de salida, Dijo Juana.
_¿Por qué no me llamaste antes?, estaba muy preocupado mi amor, dijo el Extranjero.
_Bueno te dejo, que están esperándome mis papas afuera para llevarme, apenas llegue a la casa te llamo, Dijo Juana.
_¿No te vas a llevar el celular?, dijo El extranjero.
_No vieras que la pila está baja, y lo voy a dejar cargando, dijo Juana.
_Bueno cuídate linda, ahí voy a estar esperando la llamada, dijo el extranjero.
Esa corta llamada dejo al extranjero en un estado vegetativo. Lentamente la falta de ella y el desinterés provocado por la frialdad de la llamada lo hizo volar y lo puso ansioso. Encendió un cigarro y su mente enferma empezó a imaginar todas las situaciones posibles, por lo que decidió utilizar medios de inconciencia para poder conciliar el sueño.
Ella tranquila y feliz, empezó su fiesta ayudada por las cuatro gotas de rocío. Decidió esta dosis porque sabía, por lo que contó Diana, que el bufete era de cuatro estrellas, además sabía que en la actividad no había gente conocida, era una fiesta privada en una disco alejada del centro de Esperanza. La entrada era pomposa, un camino oscuro alumbrado por mechas de fuego, y al fondo un edificios de una sola planta donde se percibían luces de colores que salían de las ventanas. A los lados muchas busetas turísticas donde descansaban los chóferes hasta cuando los extranjeros decidieran partir al hotel. Sus bocas empezaron a salivar, mientras se volvían a ver sonrientes unas a las otras.
Continuará...
Pablo Andrés Quirós Solís
Viernes 2 de diciembre del 2005
Viernes 2 de diciembre del 2005