
"Quería ver la sangre del cerdo correr por los rieles, y saber que el murió cinco segundos antes que ella(...)"
Para los transeúntes conocidos el asunto de la vaca no tenía ninguna trascendencia, para Andrés era la clave. En el instante receptivo no entendió. Era simple, demasiado simple. Asunto de límites. El miedo pavoroso de su realidad lo hizo mal soñar con el animal que le recordaba su maldita naturaleza, le hablaba, sentía que se revolcaba por su par de estómagos como mala hierba. Pero ella era buena, la vaca por supuesto, era un animal amigable, comestible. Así se quitaba el miedo inconsciente. Al otro día volvió, apurado por deporte, en busca del abuelo. En esos días el gobierno había puesto en marcha el viejo tren, nunca pensó poder morir por este medio de transporte. Se imaginaba esas historias de vaqueros donde amaraban a la vía férrea a infieles, mártires y revolucionarios. Ahí estaba, toda amarrada con cadenas y sogas, los ojos descubiertos, brillosos y húmedos, como reflejo de río acaudalado, y su maldito, a menos de cinco metros. Ese


Esperanza estaba como de costumbre, y eso mataba a Juana. Ella tenía que aprender la soledad. En Esperanza esa palabra es como la palabra “felicidad”, existe pero nadie realmente sabe si la ha tenido alguna vez. El rocío de rosas le había reparado una cantidad considerable de amigos variados, en especial masculinos, pero realmente ninguno que diera la vida por ella. La adicción del extranjero lo mantenía feliz únicamente cuando estaba en inconciencia. Juana se dio cuenta que si seguía aplicando la cantidad doble pronto acabaría. Inmediatamente que empezó a aplicar la cantidad normal de rocío de rosas vio el cambio en el extranjero. El volvía, poco a poco, a la seudo-conciencia, los síntomas normales del síndrome de Esperanza. Como estaba en estados
normales de la enfermedad, Juana Viale ya no aplicaba los métodos de domesticamiento, el racionamiento de besos y carisias ficticias empezó a matar al extranjero. El desesperado buscaba métodos alternativos de inconsciencia, pero no había nada que se le comparara al olor delicioso del pelo negro brilloso, o el tocar delicado de sus ojos negros diabólicos. Los métodos alternativos podían garantizar la supervivencia de los fines semana, y momentos de separación (como las noches y las idas al baño). A la luz pública era una pareja ejemplar, en los momentos solitarios, cuando el extranjero consumía a Juana Viale, detrás de las paredes, a escondidas, Juana Viale vivía una compañía solitaria. Los dos eran infelices. Ella quería estar en Esperanza, el extranjero quería ser él. Cuando el extranjero sintió el pavor del racionamiento, exigió objetos variados que le hicieran compañía, como fotos, cartas de amor, más fotos, almohadas, pantalones, camisas, y zapatos. Él lo que acostumbraba era agarrarlos suavemente y olerlos hasta dormir. Lo raro era que los pantalones, camisas y zapatos gustaban las primeras semanas, después perdían el embrujo. Claro, si ella rociaba, maquiavélicamente, todos los regalos con el rocío de rosas.

Continuará...
Martes 11 de octubre de 2005
Pablo Andrés Quirós Solís
Pablo Andrés Quirós Solís
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