jueves, noviembre 22, 2012
El pacto con el trabajo muerto
Por si acaso no brillara el sol en el día más frio del año,
enciendo una fogata de oficina utilizando el basurero del baño.
La fogata empieza a calentar en esta calle sin salida,
se acercan los compañeros de trabajo,
con sus asquerosas máquinas bajo los brazos,
las manos sucias se asoman al basurero pidiendo ayuda.
El basurero tira un tufillo a gordos burócratas públicos.
El fuego, como que agarra fuerza con esa grasa que torea las llamas.
Entonces, se asoma por la puerta, ese ser, el "project manager".
Nos dispara unas cuantas tareas abstractas, y nos pide cuentas del tiempo.
Lo que siempre se hace en estos casos, es simplemente hablar en lenguas.
[Al mejor estilo de las iglesias pentecostales, paque no suene feo decir "panderetas"]
Entonces, como en una reunión de doctores, todas hablando en idiomas distintos.
Por ahí hay unos conspiradores de profesiones, que violaron sus conocimientos científicos,
por unos cochinos dólares de más, que les da derecho al látigo de la verguenza, se acercan al fuego.
Pero claro está, que nuestros lenguajes evolucionan a unas velocidades impresionantes,
entonces los maes, básicamente nos ven a los ojos y dicen que si, cuando les tiramos estructuras falsas.
Los compañeros cobardes, salen de sus audífonos gigantes, y se incorporan a la tertulia.
Logramos controlar a estos putos infiltrados, cubrimos nuestras burlas con fabulosas ironías.
Y nos vemos disimuladamente a los ojos, y dentro de nuestras cajas tristes, estamos llorando de alegría.
La cosa cambia cuando llega ese hombre, la encarnación del trabajo muerto.
Nos vuelve a ver como lo que somos, mercancías que construyen mercancías detenidos en el tiempo.
Se paraliza la rueda, no circula el capital, su desembolso básicamente empieza a crecer.
Su ganancia empieza a disminuir, entonces, abre la boca y nos exige comportarnos como mercancías.
Los compañeros de trabajo nos conectamos con las miradas,
y en la fiesta de nuestras cabezas, la alegría es pulverizada con un misil Israelí.
En mi caso, llegan a mi mente, un comité de fábrica, la imagen de Pannekoek.
En el caso de mis compañeros, un caminante solitario en un día de neblina,
que escucha a sus compañeros perdidos en la selva tropical, entre gritos difusos.
Se ve cada uno perdido en sus propios sectores de trabajo.
Llega el pastor de cada rebaño, el dirigente sindical, y llama a los suyos.
Entonces, este dirigente, se encarga de fumigar el sentimiento de clase proletaria.
Entonces, seguimos siendo mercancía, seguimos viviendo en el reino de la propiedad privada.
Por el cochino pacto del hombre del trabajo muerto, el capitalista, y el dirigente sindical.
miércoles, noviembre 21, 2012
Encuentro de la izquierda revolucionaria
A veces el final de luz toca la cama, como siempre,
y ves labios de mujeres pasadas, en mi almohada.
Me decís que no quieres esos labios en tu cabeza.
Yo rio, y te veo tan liberada de muchas cadenas
que interpreto tu reclamo como un simple chiste.
Entonces, escondemos los cuerpos debajo de la tela,
y hablamos sobre las posibilidades
de ver con nuestros propios ojos
el nacer de una nueva humanidad.
Me decís que no.
Yo, desearía creer que sí, pero tenés razón.
Me seguiré engañando con la reencarnación estúpida
de los poemas más esperanzadores de la galaxia.
No tiene sentido el tiempo
cuando tocas al ser humano del futuro
entre tu cuerpo desnudo y mis labios.
Puede salir la luz y seguiríamos siendo
dos luces hablando palabras críticas
en un cuarto oscuro, pesado,
por mañanas pegajosas,
mientras el reloj detenido en un instante eterno,
se burla de los horarios de la industria,
y avanzamos hasta en nuestros momentos más decadentes.
Drogados de esa catarsis de entrelazar
besos y verdades humanas,
entre fantasías provocadas,
por la falta de sueño y el cansancio,
y sustancias que circulan por nuestras venas,
te veo tan bella,
que no se si son las palabras que salen de tu boca o tus ojos claro.
Como buen piedrero que soy,
de la miel de tu boca
no hay necesidad de comer átomos,
se consumen las horas del tiempo
de una forma que no hay miedo
para inventar nuevos espacios en donde
se pueda detener el instante para disfrutar
un momento desde la parte de atrás de tu espalda.
Pasan horas, y se juntan los momentos
en donde parte de tu carne te obliga a ser humano.
Te lo juro, que si fueras un simple libro
una simple montaña de imágenes en letras crudas,
la canción que siempre te hace despertar la rabia y la mano,
la felicidad de resolver un enigma con libros viejos marxistas,
dormiría frustrado por no tener piel de mujer junto a mi idea.
Pero igual abrazaría la idea como una potencialidad de mujer desnuda.
Me siento como si fuera el último guerrillero enamorado de la montaña.
Paso clandestinamente cada frontera volando unas cuantas palabras al aire
y encuentro en la emboscada, una macha malcriada que me invita a disfrutar
una tarde anaranjada llena de frio en las esquinas en donde me siento
en la comodidad de una conspiración conjunta,
entre las formas que se van dibujando en la sociedad,
cuando en la profecía divina de la abundancia y la carencia,
aparecen detrás de las piscinas de billetes de los cerdos,
entre los caseríos, miles de libros, fusiles y bombas,
que se encuentras escondidos bajo las camas,
en las casas de las estrellas más brillantes de nuestra clase.
Se adelantan las vacaciones y los días lindos en estas épocas de mierda.
Estás tan real, que realmente robas el aire en cada sorbo de tapis.
En tanto en tanto, te veo pronunciar las confesiones religiosas,
decís, que sos comunista, como si fuera tan fácil conseguir
esas palabras, en este espacio centroamericano, en este país.
He llamado a mi amigo Luis, un poco alterado,
y le he contado que tengo que construir un Marx gigante
para pintarlo por todas las calles de la ciudad.
Como si fuera un imbécil que busca un cochino ramo de flores.
Mi amigo se suma a la gran tarea de gritarte,
porque en realidad mis gritos nos salen de un solo cuerpo.
Necesito tu comunismo en cuerpo de mujer.
Eres material de una estructura de dominación,
de una caza de brujas milenaria,
escondidas en calles pisoteadas por un gran jefe,
pero no, se ve una cabeza al fondo de un edificio,
tirando señales estratégicas a los cielos,
y en los edificios circundantes,
responde todas las ventanas con un disparo.
Llevas años en los estudios de las cadenas peculiares,
y estas tan despierta compañera,
que amaneces caminando en pensamientos,
que te dejan sola en una esquina,
y mientras esperas el bus,
se te cocina la furia de una forma coherente en tu cabeza.
Y ves a todo el Reformismo tan evidente,
haciendo partiduchos electoreros,
defendiendo el programa mínimo-máximo,
como unos cuantos cobardes mencheviques,
que se escudan en sus cochinaditas de domingo,
para garantizarse su espacio privado,
sus momentos de borracheras intelectuales,
mientras en las calles proletarias,
los niños huelen cemento,
y la madre sufre cada día por un café rey,
mientras se amontonan en las esquinas
tristezas fumando piedra,
desempleados hambrientos disecados,
quemándose sus partes humanas con un tubo,
para no sentir hambre, ni días,
dándole sentido al sol precioso de la mañana,
dándole sentido al espacio vacío de este cuarto,
dándole sentido a las repeticiones diarias,
dándole sentido a los cochinos aumentos de salario que no existen.
Entonces, yo desde la otra esquina,
te veo cubierta de esa capa protectora.
De esas palabras que se van articulando
en tu superficie, y salen a defenderte,
cuando el argumento te golpea sorpresivamente,
te logro alcanzar con mi mano,
y dejo que tu olor de mujer furiosa,
me logre sentir cómodo,
me logre quitar el hambre de vida.
Y en cada reencuentro, se me caen capas de hombre viejo.
Y logro librarme de esta difícil tarea de estar cómodo,
de pretender que tengo una teoría sin praxis revolucionaria.
Te vas a tu trabajo, y yo a mi alma perturbada.
Nos quitamos las sabanas,
las almohadas de nuestras cabezas de argumentos,
y salimos al mundo pensando diferente,
dando nuestro aporte al mundo nuevo.
jueves, noviembre 08, 2012
Ejército de reserva
No creas amigo, que en este país no hay ejército.
Hay soldados en todas los rincones de San José.
No te asustes amigo.
No son esos asquerosos policías amigo, las armas de este ejército no tiran balas.
Y las mayoría de ellos podrías ser vos, podría ser tu vecino.
Los policías tienen salarios de hambre, mal viven en casas de cemento,
y están en tus mismos barrios, y todos saben quienes son ellos.
Bueno pensándolo mejor, sí tienen armas,
pero estas armas, son armas que no controlan ellos mismos.
Estas armas las controla el mercado mundial de trabajo.
Imagina una gran fila de tristeza, de pansas vacías.
El hombre rico, ve este ejército vestido en harapos,
envía a la lucha armada de la piedra y el pegamento, y el frio de la calle,
a los experimentados viejos sin propiedad privada y manos desgastadas,
a luchar a la calle, a limpiar vidrios, a buscar en los basureros un poco de vida,
a recoger latas de tu fiesta de anoche, en las calles de San Pedro.
Muchos de estos soldados, cruzan las fronteras para intentar ser enviados
a la gran guerra de la recolección del café, que permite tener al menos
una gran botella de alcohol de farmacia para cenar, para compatir con los indios
del Panamá, que llegan hasta Dota, y duermen en estos grandes batallones
de las haciendas del cafetalero rico, todos juntos,
burlándose de las rencillas milenarias de la piel blancuzca.
¿Como se reclutan estos ejércitos?
Gran preguntan amigo.
Agarre una gran industrial, échelos a todos.
Envíale, en nuestro caso, malos precios del café,
saque algunas maquilas textileras y envíelas a China.
Contrátelos por unos meses, quíteles la dignidad,
trate que sus hijos crezcan en calles oscuros.
Aplíqueles la sedosa crema del humo negro del centro.
Espérate unos cuantos años amigo, aparecerán tirados en la calle.
Durmiendo en casa móviles de cartón, haciendo el amor en la zona roja.
¡Y vos amigo, los ves como si fueran unos simples vagabundos!
Los viejitos, los chapulines que roban tu cartera,
los que andan arrastrando la vida con la cara sucia
y una mano alzada pidiendo limosna.
Ellos son como vos, solo que sin trabajo.
¡Fuerza de trabajo latente!
El mercado se ríe de ellos, y te dice,
¿Querés este salario de mierda?
¿Querés vivir en la calle amigo?
¿Querés esta botella de tristeza amigo?
Y vos los ves con desprecio y asco, amigo....
¡Abrázalos con el amor de clase,
véalos como tristes desempleados sin casa!
¡Hagan crecer las calles, con ellos y los que pueden parar las industrias!
Cuando llega uno de ellos y te mete el puñal,
y llega un hombre y le mete treinta balazos,
te das cuenta que la tarea es dura.
Este doloroso camino, de sentirse hermanos mundiales...
Yo, de mi parte, no tengo otra salida más que aportar mi grano de humanidad.
¡Es increíble que estos ejércitos gigantes, no puedan contra un puñado de imbéciles!
En las crisis capitalistas se multiplican los policías,
pero también, este ejército de reserva crece
y se apuñan todos en los rincones de la familia y la calle del mundo.
Es un asunto fácil, vaya con algunos amigos al cuartel más cercano,
invite a algunos mal olientes soldados, a tus amigos del trabajo latente,
y explíqueles que estas armas no son para protegerte del drug dealer,
sino que son para que las fábricas de mercancías sean de todos los habitantes de la tierra.
Que difícil tarea, sacarles los países de las cabezas dirás...
Pero cuando ves en los barrios, colombianos y nicaragüenses,
te das cuenta que el hambre no es cosa nacional,
y enciendes el tele, y ves a los gringos y los españoles,
y ves bombas de fuego en pieles policial de los dioses griegos
es fácil ver que el ejército de reserva no es un asunto nacional.
Vos como comunista, lo sabés, y no te queda otra cosas,
que enviarte a la batalla humana, de unir los barrios en una sola clase.
Ya lo dijo un gran representante de nuestra humanidad:
"El revolucionario es, entre otras cosas, el hombre más útil de su época."
¡Y yo, no encuentro más útil que ver este ejército en harapos en nuestra clase!
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