La conversación era extraña. El tal loco no parecía loco, hablaba como simulando su locura (haciendo gestos graciosos, señalando y riendo aleatoriamente) mientras habla como fugitivo en lugar público.
_Andrés tu abuelo y yo eramos grandes amigos, es triste saber que murió. Como murío? Preguntó Alberto.
_Todos dicen que fue un accidente, pero yo sé que fué un suicido, y por eso estoy acá. Expreso Andrés
Alberto era un viejo astuto, aparentaba estar engañando a todos los del chapui. Andrés, asustado, sentía cierta compasión por él, por su condición. El viejo había trabajado toda su vida reparando zapatos para sobrevivir, hasta cuando inventaron los zapatos de plástico y inventaron quererlos y consumirlos sin sentido. Su vida empezó a desvanecerse ya que no conocía otra profesión más, y en las fábricas prefería a los colegiales recién graduados que a los viejos desgastado al borde de la muerte. Todo empezó a cobrar sentido, los locos no son tan peligrosos como los reos, dan drogas gratis, la comida es gratis y hay cama. Es cuestión de números y capacidad de actuación. Apenas se alejó un poco empezó a actuar hablando disparates al revés mientras los enfermeros y enfermeras le daban golpes en la espalda como apagando y enciendo un swich, así Alberto alegraba la vida a los obreros del chapuí.
Según la hipótesis de Alberto, Albertino, el abuelo de Andrés, no siempre estuvo loco, solo se volvió loco al final. El contaba, que el asunto de Lucrecia fue superado años después. Para Andrés la situación era confusa, el supuesto loco, no estaba loco (vivía en el hotel Chapui) y el abuelo sufrió de locura temporal que lo llevó a cometer actos que lo llevaron a la muerte. Por otro lado pensaba que era lo único que tenia para creer, y lo único en lo que podría construir un imaginario real de la situación en vida del abuelo. La relación que sostuvo con el abuelo se basaba en superficialidades. Para Albertino, Andrés representaba el sobrino número 70, y así lo trataba. Las conversaciones no pasaban de historias fantásticas de policías, acrobacias en bicicletas, miles de novias y borracheras épicas.
Alberto parecía ser un hombre feliz, gozaba esconderse entre incongruencias.
_Sabes, vivir acá, es como vivir cuando conocí a tu abuelo, escondiendome y gozando de la clandestinidad. El sufría del Lucrecia, hasta se hizo ese tattoo en el pecho, pero en realidad nunca la quiso.
Desde el momento que habló del tema de la clandestinidad, Andrés se mostró profundamente atraído por la historia. Primero, el tattoo fue algo circunstancial y segundo esos dos viejos fueron amigos en travesuras conspirativas. Desgraciadamente las visitas duran cierto tiempo, además es sospechoso que alguien hable tanto tiempo con un “loco”.
_Será que ser loco es no estar dentro de lo globalmente aceptado como normal? Pensaba Andrés camino a casa.
Esa idea le daba vuelta a la cabeza. Tenía que seguir con esta idea revolucionaria. Bajo ese cuestionamiento entrelazaba la historia con los hecho concretos vividos por su abuelo. Claro, se decía a si mismo, como ocultarse a así mismo dentro del mundo, cuando este nos determina. Bajo esta nueva teoría, todo podía ponerse en tela de juicio. Seguramente Andrés quedó pensado esto debido a las historias de reuniones clandestinas y la pequeña reseña de como conoció Alberto a Albertino, disfrazados en un tren, dandose papeles a escondidas mientras aparentaban ser hombres de negocios que se trasladaban de Puntarenas a San José.
Las imágenes empezaron a aparecer en su cabeza, el revolver bajo la almohada, eso viejos libros amarillentos, esos notas de conversaciones en su cuarto escritas en varios idiomas, todos esos pequeños detalles insignificantes que cobran sentido en cuestión de segundos. Cuando llegó a la casa su mamá lo notó un poco alterado.
_El abuelo no estaba loco, y no murió por un accidente. Seguramente alguien lo mató por algo que hizo cuando joven. Dijo Andrés.
La mamá sabia la respuesta pero prefirió callar. No quiera que él sufriera la misma suerte que el papá, pero a la vez quería que los supiera. Seguidamente sugirió que visitara la casa donde solía ir a leer los fines de semana, un vieja cabaña cerca del Volcán Irazú.
_Porqué no vas a la cabaña del Irazú? ahí podes saber más de tu abuelo. Dijo la mamá.
Ese mismo fin de viernes después de salir de trabajar a esa hora extraña, Andrés empezó a empacar dos mudadas, y se preparaba para el viaje que iba a emprender el sábado por la mañana.
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