que un lago perdido en el patio de tu barrio gris (por tus muertos),
entre una bruma seca y extraña que toca las entrañas (sin mis días).
Yo pasando entre cementerios, entre casa viejas, casco militares,
imagino una niña caminando en un mundo que no me pertenece (vos a los 5 años).
Yo soy de un barrio pobre, de vientos y vino Saprissa.
Conocí el amor en el parque de la paz, y lo lloré
una triste madrugada junto a dos borrachos y una prostituta.
Aún tengo el recuerdo de un anfiteatro en aquel cementerio,
donde unos cuantos niños reían una historia paralela, pero universal.
Tengo el recuerdo de un frio penetrante en los ojos de la gente,
después del tiempo necesario, en un lugar que podría morir y ser sublime.
El teatro de mi barrio, es ahora una tienda de cochinadas plásticas,
ponen música que escupe conciencia falsa a gente devastada por los salarios.
En las clases de un segundo piso, en medio de los míos,
estaba metido en un recuerdo que no lograba consumar...
Me parecía tan normal, tan humana, la forma de tus zapatos desgastados...
La forma en cómo se consumía el tiempo en el mismo espacio...
Como si no existiera centro y periferia.
Caminé varias veces el mismo camino y un beso claro, al final, se repetía.
Lograba caminar entre el parque, con esa imagen distorsionada, esas palabras secas.
Era cerveza fría como la piel húmeda de tus células, en mi cuerpo, así lo recuerdo.
No lograba entender la descomposición de mis ojos,
de esas aparentes cosas diferentes que no tenían sentido.
Pero hoy entiendo que sigo siendo aquél pobre aborigen,
que entregó una amistad por una bala en su cabeza.
Entiendo que la tristeza, no es simplemente un sentimiento,
sino que es una pasión que nace, en nuestro caso,
desde una revolución armada sin alma, sin internacionalismo.
Se vencerá ese pobre amor, cuando salgamos a caminar juntos y nos entendamos.
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