Te extiendo un miembro similar a una mano
intentando tocarte las letras de tu pelo,
como si fueras un libro viejo,
como deseando un río de caídas de asfalto
en librerías oscuras para el malo fino.
En las esquinas de equipajes armados,
al son de la motocicleta con pinta uniformado,
corro por la existencia de una flor emancipada,
sin embargo, las balas mutilan fraternidades
de esquinas nocturnas, de vinos de mora y mota.
Cuando estas sentada en cubitos universitarios,
estas compuestas de parte de barrio,
de asaltos de carnicerías de vacas viejas
pero también muchos salen de casas gigantes
gritando improperios a las sirvientas.
Ello tendrán trajes enteros para la compañía piñera.
Véalo como un potencial escritorio de un banco,
como la imagen de dominación circulando por la cabeza
de la esclava que trae el café y le dice "si señor"
con los pétalos rojos cerrados y la frente ceñida
y la imagen difusa de una telenovela pasa por su cabeza
en donde el pobre comete homicidio.
Entonces, sabiendo que la luz con lluvia germina
y que los techos herméticos de agua
que se refleja en sus ojos,
en el dash de klms en números brillantes,
vos desde la acera, desde el frizz del semáforo,
los ves tan aburridos como un Platón de billetes
te vas escabullendo por los rincones de la ciudad
y hablas de ellos todo el tiempo con gente linda.
Las ruedas egoístas de un solo pasajero
se desplazan lentamente
y a vos,
te visitan en la comodidad de odios claros
lúcidos,
las formas de leer mercancías y salarios,
lo ves como un feto indefinido,
sin sexo, ni patria
tus amigos de la clase proletaria
se amontonan en las paradas de buses,
y vos vas ahí besando cualidades
durmiéndote borracha en el bus de las seis.
Vos vas con un aparato metálico de mano, precario,
que te salva de las lágrimas del cielo,
te salva el copete televisivo,
sostenido con gel de mono loco,
perdiste la sensibilidad del poliester,
de los pies secos,
pero le das gracias a la sombrilla
por al menos besar tu mejilla
desgastada por el ácido gris de esponjas urbanas
que caen desde la tristeza de la lluvia ácida.
Y llegas a la oficina pegajosa
de sudorosos folders amarillos,
y te das cuentas que eres drogadicta.
Adicta a escuchar palabras vivas.
Mientras estás insertando gasolina negra a tu cuerpo,
se consumen marcas entrelazadas con grafito en hojas blancas,
en horas laborales, mientras gastas carne,
y partículas de azúcar, gastas lo equivalente
a un animal sin títulos de propiedad viéndose las manos,
sabiendo que en Desampa las tristezas se desplazan en buses viejos
al igual que en tu playa, y tu mar.
Pero no te puedes definir como un espacio sufrido en una esquina de la luna.
Tenés un ingrediente secreto,
la forma peculiar que fuiste oprimida,
en como consumes el azul de tu alma,
día a día, en noches largas como una espina en tu pie caminante, que sangra,
esperando la bala vista desde el mirador del sniffer gringo,
de los cuarteles del odio electrónico,
en la forma en que tu salario se deposita
en el banco del capital financiero, sin países, ni democracias burguesas,
y los hombres hambrientos de energías ajenas,
de tu salario violado por un número en la nube,
por un simple dato abstracto,
que tiene consecuencias directas en tu tacto de hambre,
y la forma concreta en que veo
esta mercancía circulando por velos del trabajo no productivo
para llegar a tu casa
en la forma de una simple cerveza barrata
como si este alcohol no es la sangre del campo,
como si no cerrara las tuercas
del engranaje del ciclo de la producción capitalista
como si el burgués no sacara el revolver bajo la mesa
cuando desembolsa una cristalización de tristeza
que no alcanza para nada más que para el olvido
en el supermercado.
Entonces veo multitudes que cae en las ondulaciones de tu pelo
que dejan un espacio agresivamente diminuto
para los discursos desgastados
por peleas viejas e innecesarias
de amores extraviados de clase
que te dejan en un estado
lindo para discutir
para tomarte mezclada en mi boca palabra
agregando algunos insultos colectivos,
construidos en una dinámica sana,
por viejos hombrecillos marxistas
que trabajan en los cerebros humanos.
Y los whiskys finos y los carros pichudos,
y los fajos regordos que echan eructos a chorizo,
vos tirada debajo de la cama,
viéndolo todo, saboriándolos en el reflejo del niño rico
niños asqueados de aparatos electrónicos y tenis especuladas
sientes cuando abres el tanque del inodoro esta idea,
y ves esos grupos de deliciosos billetes verdes,
ves, puro trabajo humano robado,
concentraciones de movimientos repetitivos de la humanidad.
Hay un grupo pequeño de ellos
apretados como nubes de laboratorio,
para no dejar salir ni una partícula de grasa transgénica,
que te jalan los pies mientras duermes,
que escuchan desde las paredes
como si fueran micrófonos de la CIA
y seguís escribiendo, y seguís rompiendo las paredes
con pedazos de tinta que salen desde un spray rojo.
Después me asomo al parque del barrio, y estos niños sucios,
y estos hombres sin trabajo chupando bancas,
los perros esquiroles con moja los patean,
como si no fuera parte de la gran masa martillada por horarios y penas,
y veo amor por todas las esquinas,
amor con hambre,
y veo balas en las casas de las guías y cuadros,
y veo aquel amarillo de tu cabeza que camina por estas rutas
con una bandera roja en el alma, y un puño de mujer apretando viejas estructuras machistas.
A veces tengo la sensación que no estamos reproduciendo como cucarachas.
Sin embargo,
la furia está secuestra por los bunkers
y las pandillas que roban vidas simples
para hacer un altar de drogas inútiles
para tener algo que comer desde las grutas de la cárcel
mientras en el cielo de la Escazú rica
en los grandes espacios de la renta burguesa
se acumulan vidas ilegales en las construcción
de los sueños imposibles.
Son varios pisos de cemento duro,
de espacios visitados por la compañía de limpieza
o por los simples insultos desde los vitrales de las tiendas del mall
y la necesidad de la existencia de una mercancía pomposa
para escupirsela a la vista del amigo, para verla por rejas y muros
que esconden descomunales piscinas, grupos de masajistas, y guaro fino,
y verle esos ojos de vidrio, porque no tienen ojos humanos,
carroñero de carnes tiradas a la calle,
como si fueran muertes civiles,
pero destrozadas en el cuartel,
y cae al fondo del pozo clandestino
los cuerpos cansados de amarte,
amontonados encima uno a uno,
y en las camisas se salen las cartas
y en la vida postergada hay gente sentada
escuchando estas palabras ausenten de vida.
En esta lucha, prefiero tocarte en estas ideas que saco de tu cabeza.
De esta forma de querer revolucionar mis verdades
desde la hermosura de las palabras de tu boca y tus labios.
Estas irreverente, escupiendo patrullas,
sacando cada parte molesta del mundo
con balas desde tu propia insurrección armada.
Desde una serie de argumentos,
no sentamos a escuchar los nuevos retoños
que nacen en las ideas de nuestras discusiones.
La Flor más Roja del socialismo está viva.
El esplendido pelo amarillo,
tu cuerpo, tirado ahí,
al frente, como si fueras una macha, no me engaña.
Rosa está ahí.
Kollontái, Ana María, Vilma,
aquella alemana, la salvadoreña están ahí,
escondidas tras las ramas de tu belleza.
A mi no me engañas.