martes, noviembre 30, 2010

Microhistoria de las palabras

Las historias de los hombres, las que perduran en el tiempo necesitan memoria. Algunos se resisten al cambio, a las nuevas herramientas, a las letras, a los Bites, a los nuevos medios, a los libros contados de la voz original.
¿Quien no ha oído los Poemas de Pablo Neruda, o bien los cuentos de Cortázar desde ellos mismos?
Otras herramientas han sido la piedra en el camino de nuestra imaginación, dando imágenes listas, asumidas, esa caja de plástico, vidrio y circuitos, que se sienta con nosotros en la mesa, en el bus (así es, ahora tenemos LCD en los buses!). Han convertido la sala, en un espacio solitario, donde los libros cuelgan de las paredes como pinturas antiquísimas, con olor a cartón viejo, hojas amarillas, como la carta en la botella que todos queremos recoger de las bibliotecas de nuestros amigos.
Sin embargo, no todo está perdido, los libros, las letras, las buenas películas están ahí en ese mar de basura, historias escritas por nosotros, por todos, en todas las épocas inimaginables, es solo cuestión de ponerse el traje de buzo, y tirarse un clavado con la nariz bien cerrada.
Mucho de lo que podemos leer, son historias de historias, contadas de oreja en oreja, selecciones de selecciones, contadas de unos a los otros que van reflejando como nuestras sociedad van cambiando, van creando su propia imaginación, sus propios significados de las palabras, de la lecciones de la vida. Así caímos en los textos de Panchatandra. Estas colecciones de cuentos escritos de una forma didáctico-moral, en forma de moralejas van dibujando el imaginario de esas épocas.
A su vez, estos cuentos de antes de Cristo, se fueron traduciendo en varias lenguas, pero no dejemos de olvidar, que este apogeo es consecuencia del apogeo de los árabes desde el río Indo hasta la Península Ibérica. Los textos no escapan a este fuerzas, y sus selecciones, sus historias pretenden "educar" a una sociedad que ejerce dominio sobre otras, por eso mucha de su forma, de sus moralejas buscan establecer un sujeto especifico, configurado por una ideología que dominaba por esos territorios y tiempos.
En esos tiempos antiquísimos, la palabra escrita, era similar a nuestra televisión, estaba secuestrada por los que sabia escribir, o bien los que tenia alguien que sabia escribir, y no solo eso, por aquellos que sabia leer o bien conocían a alguien que sabia leer.
Por eso, esas historias tenían forma de moralejas, de personajes que cuentan sus historias, para que después alguien la cuente a otro, y a otro y así a todos de alguna forma, cortas, para que la memoria no nos juegue una alteración del fin, de la enseñanza moral.
La Biblia no escapa ha esta dinámica, lo que conocemos hoy como "la Biblia" es a su vez, una selección de historias por un grupo con ciertos interés.
Y eso no es todo, ni hablar de las traducciones. Las traducciones son de otro orden, tiene un factor interpretativo, pero son importantes a pesar de eso. ¿Como conocerían los poetas malditos a Allan Poe, si no fuera por las traducciones de Baudelaire? La traducciones son mal necesario, pero si sin duda, si se puede conseguir, y si se puede leer por supuesto, en los textos originales, es necesario hacerlo.
El modo en el cual el conde Lucanor y su consejero Patronio cuenta sus moralejas, es similar a la forma en que Vishnú Sharma lo hace en Panchatandra, cuentos, experiencias de otros, en los cuales cuentan situaciones que son lecciones morales.
Cuando aparece Geovanni Boccaccio, la cuestión cambia, en beneficio de los nunca escuchados, podemos leer un poco la otra cara de la moneda. Además tenemos otro elemento que aparece con fuerza, la risa. La historia de estos diez jóvenes que huyen de la peste, entre ellos, mujeres y hombres, tratados de la misma forma, ellos y ellas cuentan historias de amores libres, curas corruptos, en fin, crítica a lo establecido, a las “buenas costumbres”. El monje sienés Gioacchino Ciano le reclamó esto mismo, pero de todas formas murió de formas naturales.
La obra y el autor se entrelazan, y muchas de sus “crisis” de sus obras, de sus demonios, se plasman en sus textos y su vida. ¿Que más que la vida de Allan Poe para explicar esto? Cuenta que lo último que dijo, en el hospital donde murió, donde nadie tiene registro de su llegada, fue lo siguiente: “¡Que Dios ayude a mi pobre alma!”. Momentos antes, gritaba angustiado en la calle “Reynolds, Reynolds”!!, uno de sus personajes fantásticos. Fue un genio en los asuntos de asustar con sentido, de provocar miedo de un simple artefacto de cuero y papel. Ese fabuloso uso de lo fantástico, que desde los Estados Unidos tocó los ojos de Quiroga, Cortázar y muchos otros, de las europas, y de los nuestros. Un gringo que elevó al cuento por los cielos de la noche donde era fácil de ver ese espectro luminoso.
Pero nosotros tenemos escritores del futuro también, que nacieron con varias decenas de años adelantados, Dario, Quiroga (nuestro Allan Poe!), Borges, Neruda, Cortázar, Marquéz, Dalton todos distintos pero iguales. Todos ellos viven en algún lugar de Macondo. Salieron al mundo porque todos querían leer las historias del futuro, o bien porque la búsqueda del futuro los metía en cárceles de odio, en países que no podían soportarlos.
Rubén, el hombre del mundo de Nicaragua, borracho por la noches de pereza, hizo los poemas que nos hizo saber que podemos crecer desde acá hasta el mundo, y no del mundo hacia acá. Los imitadores, son fotocopiadoras de mala calidad, que hacen del plagio crecer sus bolsillo, y de la historia, una vergüenza que se olvida fácilmente.
Gracias a la valentía, a los viajes, a los poemas de todos, en suramericana escribía Borges y Neruda, poemas de nostalgia latinoamericana, que se conocieron en el mundo, que nos han hecho lo que somos, luchadores de vida, engendros nacidos de la muerte milenaria, escondidos en los rincones de nuestras casa, escuchando bombas del terror, mientras salen gritos, “cantos generales”, “libros de Manuel”, e “Historias prohibidas del pulgarcito”, de nuestras muertes, de nuestros ríos de sangre. Historias tan urgentes, que no han podido dejar de contarse.
En esta lucha de la televisión escrita contra lo autentico, lo que realmente pretenden demostrar lo que somos, hombres en un mundo hostil, parece ser que estamos perdiendo, que las grandes editoriales no tienen cabida para lo que tenemos que decir, que odiamos lo de siempre, que odiamos el hambre, y odiamos el calor en tiempos de invierno, e invierno en tiempos de Navidad.
Pero cuando vemos, las calles llenas de gente con usted y como yo, que salen como cucarachas de los alcantarillados, incontrolables, inmatables, y que todavía fabrican papel y lapiceros, y que tenemos un biblioteca infinita que nos conecta de extremo a extremo por email, blogs, nacen poetas y escritores dispuestos a disparar sin vacilar palabras de amor.

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