"Juan Viale no era una fea convertida, sino era linda de nacimiento y preciosa por conversión."
Andrés tenía que saber que era el amor. ¿Pero cómo? Esa era la pregunta que se hacia a menudo cada vez que sentía algo raro por dentro, era como un susto prolongado, como cuando salíamos mal en la escuela y teníamos que firmar esas notas para devolverlas al día siguiente. Lo extraño de esos sentimientos es que no había manera de que acabaran, porque los de la escuela acababan con la fajeada, o para los de más suerte, con la regañada alentadora. Esos sentimientos eran los que aparecía con un olor, un lugar, y los peores de todos un pensamiento (más cuando sabia que la ingrata tenía otro). Si avisaran, decía por dentro, si tan solo avisaran... Para poder embriagar sus conciencia y olvidar... ¡No! Así no es la cosa, así no es... Te amo y te perdono, pero en otra vida, en otra vida... El veía a todos los despechados normales, que era simple, sin complicaciones. No podía creer que nunca habían amado, según él. El creía ciegamente que amar era entregarlo todo, poner “todo el bistec en el asador”. El abuelo, viejo cascarrabias, mentiroso, mujeriego, y ahora santo por su edad avanzada, ya que todos los muertos van al cielo, y los viejos están entre muertos y vivos, olió, como perro cazador, el problema sentimental que su nieto tenía, y como no, si el vivió como diez. El abuelo tenia todas las enfermedades graciosas. Tenia parkinson, era tartamudo, y tenía un tic nervioso que parecía un coreografía completa. Para la gente que no lo conocía, los civiles, era imposible hablar con él sin sufrir una crisis de humillante risa, para los conocidos era imposible hablar con él si uno no se concentraba en un punto, de los que no se mueve, y ponía mucha atención. Se sentó Andrés junto a él, y así no verlo directo, más por respeto celestial, que por necesidad, para oír lo que tenía que decir, ya que cuando quiere hablar se levanta y hace una coreografía particular, muy parecida a las normales solo que con un levantamiento leve de las manos, principalmente la izquierda, era zurdo.
_Muchacho, llevá la vida con calma. Yo también era como tú, solo que más guapo. Dijo el Abuelo.
_Abuelo no pasa nada, yo estoy bien (o por lo menos la cáscara). Dijo Andrés.
_Comete la vaca entera, lleva la cosa con calma. No pongas todo sobre el asador. Dijo el Abuelo.
La conversación no llevó a más, no pudo ser más claro (!) para Andrés.
Juan Viale no era una fea convertida, sino era linda de nacimiento y preciosa por conversión. El extranjero era pequeño europeo o mediano tico. Los dos no hacían mala pareja, a la luz pública parecía una pareja normal, de esos que van al cine y se despiden con sucesiones de besos apasionados. Ella seguía siendo la misma maquiavélica, pero sentía una soledad tremenda. Lloraba todas las primeras treinta noches de cada mes. El extranjero empeoró en su embrujo. Al parecer, por su misma soledad, Juana aplicada dosis dobles de belleza, y el extranjero estaba doblemente embrujado. Estaba al borde de la locura. Quería verla, tocarla, llamarla, pensarla, fumarla, tirarla, rejuntarla, rebotarla, enseñarla, visitarla, dormirla, comerla y todo eso a cada momento, cada instante. Al principio era halagador, pero pronto se convirtió en un acoso muy estresante, más cuando no quería realmente aquel mártir, era una simple mascota. Ella empezó a dominar al loco, como cuando se doma a una bestia de circo. A golpes y recompensas. Tenia su bestia bien domesticada, podía pedir lo que quisiera, con la simple paga de un beso frió desinteresado (de esos con los ojos abiertos). El extranjero, en su locura maldita, sufría del síndrome de Esperanza. La mayoría de los extranjeros, al regresar a su pueblo natal, se suicidaban, pero él estaba tan adicto a Juana que no tenía tiempo para pensar, ya que no era ni siquiera consiente de lo que hacia. Es decir, la mayoría de personas piensan que son consiente de lo que hacen por el hecho que saben lo que hacen en un tiempo y espacio dado, aunque no saben porque hacen lo que hacen, el extranjero no sabia ni eso, ni siquiera el engaño.
Continuará...
Viernes 7 de octubre de 2005
Pablo Andrés Quirós Solís
Pablo Andrés Quirós Solís
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