"Y antes que el carmín de la mañana caiga sobre tu piel de zapatos finos, veré nacer dentro ti amor, el fruto de nuestro amor. Tu heces."
El cuarto olía a almohada húmeda, la cama era un adorno, ya que parece más cómodo dormir de pie en bus bajo la lluvia, tenía un colchón petrificado por el sudor. Las colchas servían de filtro para el café, estaban todas amontonadas en una esquina. Al lado de la cama una mesita abarrotada de libros, con una lámpara que salía del montón como chinas buscando luz. Había prendas de ropa tiradas aleatoriamente por todo el cuarto, debajo de la cama, pantalones de 1980, con olor a barro y piel. Al frente de la cama el closet de dos puertas, como padre abriendo iglesia. Al lado del closet, un escritorio con una máquina de escribir y varias hojas medio escritas esparcidas, al frente, un ventana con vista al patio. El cuarto era tan pequeño que si abría la puerta derecha del closet, tenía que quitar la silla del escritorio, y si abría la izquierda tenía que mover la mesa de noche, lo cual era imposible, lo que explica porque el abuelo usaba de closet todo el cuarto, más cuando se tiene parkinson y tic’s nerviosos. Los espejos hacían que le cuarto pareciera mucho más grande, sino el abuelo hubiera muerto muchísimo antes por claustrofobia. Andrés estaba sorprendido, el nunca había entrado al cuarto, sentía la misma curiosidad de guila en museo criminológico, fascinación y miedo. Ahí estaba, parado en medio del cuarto con el pulso acelerado, pensando en la vaca asesina y el abuelo suicida. Donde empezar, decía por dentro y por fuera, estiró las dos manos y miró al techo. Los espejos del techo reflejaban el desordenado escritorio.
Las cartas, eran nueve, escritas en un papel amarillento que hacía pensar que fueron encontradas en una botella en el mar. Empezó a leerlas una a una, sentado en la silla incomoda del escritorio, tenía la sentadera con forma de culo esquelético. Eso no importaba, ni el olor, ni la estreches, ni los sustos de verse cuatro veces en cada pared deformado por los espejos viejos, estaba tan metido en el pasado más reciente, el de las cartas, que no pudo tener miedo. Seis de las nueve cartas eran intentos, nada más. La poca fuerza del abuelo les dio el chance de morir sin arrugarse. De las tres restantes dos eran poesías, una llamada “Oda a la Maldita Desalmada” y la otra “Come mis Verdes Prados”. La carta restante era desconcertante. Era dirigida a Lucrecia. Andrés, al leer, supo inmediatamente que el abuelo tenia un obsesión extraña con las vacas, talvez porque sabía la verdad y nunca quiso seguirla.
“Oda a la Maldita”.
Oh maldita desalmada, muérete conmigo, junto a mi sombra.
Huele mi corazón verde odio para que te den ganas de comerlo.
Pásalo por donde quieras, tarde o temprano seré excremento para tu pies.
Y yo feliz de ser pisado, y así, hacer tus pies malolientes,
Para que nadie te huela, te lleve y te bese.
Adiós maldita.
La leyó como diez veces. Te odio. Sintió la herida al rojo vivo, no por el abuelo, ni por Lucrecia, sino por él y su maldita. La segunda era la del suicidio, así lo interpreto Andrés entre llantos personales.
“Come mis Verdes Prados”
Aquí lo tengo, debajo de la piel.
Atrévete, no seas cobarde, es de color verde musgo.
No te escondas en cuerpo de vaca, que te puedo oler.
Llévatelo que estorba y duele.
Son verdes prados aprisionados y compactos,
Muertos por tu boca.
Aquí lo tengo, debajo de la piel.
Atrévete, no seas cobarde, es de color verde musgo.
No te escondas en cuerpo de vaca, que te puedo oler.
Llévatelo que estorba y duele.
Son verdes prados aprisionados y compactos,
Muertos por tu boca.
Estaba loco. El abuelo alucinaba con Lucrecia Borgia personificada en un vaca, y eso lo llevó a morir entre sus pesuñas. Quería sentir sus delicadas caricias, ella nunca le daba afecto.
La carta del abuelo era dirigida a Lucrecia Borgia, su Lucrecia Borgia, la vaca . Andrés vio sus esperanza derrumbarse, una vez más, el abuelo no supo resolver el asunto de la vaca, si no que lo volvió loco, el sabía la raíz de sus problemas, tenía conciencia sobre ella, y no pudo.
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Día de Hoy, Hace como calor mi amor,
del año después del Anterior, o sea este año.
del año después del Anterior, o sea este año.
Estimada Lucrecia Borgia:
Hoy, me volviste a ignorar. Dejaste que te tocara las ubres, pero como siempre la indiferencia de tus ojos redondos me decía que no disfrutabas el momento. Ya sé, ya sé, era temprano, pero ni un beso al verme! Cuando me miras, así, si como así, exacto así me vuelves loco, pero de los que no se dan cuenta que están locos, y como yo creo que no soy loco entonces si soy de los anteriores. Y antes que el carmín de la mañana caiga sobre tu piel de zapatos finos, veré nacer dentro ti amor, el fruto de nuestro amor. Tu heces. Desde hace tiempo que la guardo en la bodega, para que veas cuanto te quiero. Han nacido horrendos hongos de amor, si esos que te doy toda las mañanas, te ponen tan feliz amor. Ves, ves que si te quiero, y tu nunca me lo agradeces, mala mujer. Siento como una presión en mi pecho, creo que estoy tan enamorado que te voy a regalar mi corazón, ya lo tengo todo planeado, espero que con esta prueba aceptes por lo menos una olidita de aquellas de antes, de tu piel, si, si por favor. Me hacen falta tu olor, ese que hizo que hiciera lo que se suponen que ya olvide, porque te voy al olvidar en serio, y para siempre. Disfruta esta carta, porque las anteriores te las comiste muy rápido, cómela más lento para que saborees todos los detalles.
Cuídate, te llevo dentro de mi establo amor. Adiós. Chao.
Att. Albertino Solís
PD. O como tu me dices amor, muuuuuu.
PD. O como tu me dices amor, muuuuuu.
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Juana Viale tenía un concepto de hombre perfecto que garantiza su hegemonía, aunque signifique esclavitud y tortura para su extranjero. Lo soledad de Juana se resolvía así, como dictadora, libertad a costas del sufrimiento. El extranjero se regía bajo el régimen del terror. El miedo nos hace esclavos, siempre y cuando no sea un miedo instintivo, de los que nos salvan la vida, como miedo a tirarse de un puente, o miedo a cruzar la autopista a las seis de la tarde. Pero con solo un olidita a ese perfume de rosas, me aguanto, decía el extranjero. Juana se empezó a dar cuenta de los otros vicios del extranjero, y tuvo envidia. Su hombre perfecto no tiene vicios, no sale, no fuma, no toma, asiste a la iglesia, le cocina, le caricia (cuando ella quiere), la invita a salir, la lleva, la trae, y cualquier cosa que altere esto se tiene que cambiar, y se cambia, porque si no “te dejo”, decía Juana Viale. El extranjero, drogado por esos ojos vivos y desinteresados (a no ser que quiera algo), lo hacía por amor (o sea, por miedo). Ya había pasado más de seis meses, y Juana sufría. Su pueblo, Esperanza, estaba abarrotado de extranjeros, miles y miles de ellos aglomerados en un pequeño territorio mágico. Sus amigas contaban historias increíbles, de extranjeros perdidos que hacía lo que fueran por ellas. La mejor de las amigas se llamaba Diana, no ayudaba en nada a su amiga. La hacía sentir miserable, Juana solo tenía a un mísero extranjero, mientras ella coqueteaba con dos o tres a la ves. ¡Que envidia! ¡Y todos europeos!, decía Juana. Diana, perdida en su vida fantasiosa, satisfacía sus instintos a placer, aparentaba ser libre de escoger a su antojo, por el más guapo, el más fuerte, el menos feo, el deportista, el alpinista, cualquiera. Hasta que conoció a Alberto. Alberto había tenido un accidente de pequeño, cuando salió precipitadamente a recibir a su papá del trabajo y olvidó tres gradas, lo cual fracturó su nariz y perdió el olfato. El olfato permitía que el síndrome ingresase al sistema, como piedra de crack, al instante. El tenía un sistema de mariguano, era drogadicto, pero su droga no era tan dañina como la piedra. La frustración de Diana, se basaba en la impotencia que tuvo ante él, nunca había sentido tanto desprecio, es más, nunca había sentido desprecio. Cuando hablaba con Juana, le pintaba su vida desenfrenada como feliz y placentera, mientras en realidad vivía frustrada por aquel amor no correspondido. Juana tenía que buscar otro extranjero, no bastaba el suyo. Este plan implicaba dosis grandes de rocío de rosas, tenía que producir más, cueste lo que cueste, y el extranjero, en un camino seguro al suicidio. Empezó a diseñar su plan, con lujo de detalles.
Continuará...
Continuará...
Pablo Andrés Quirós Solís
Martes 25 de octubre del 2005
Martes 25 de octubre del 2005
1 comentario:
Me gustó tu blog, interesantes post...las encuestas...como para linkearlo.
Saludos.
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