lunes, octubre 17, 2005

Las Mujeres Embrujadas de Esperanza (parte #5)


"Las viejillas, al ver el corazón descubierto, se hablaban al oído, y Andrés curioso hizo silencio para oír lo que hablaban. 'Fue un suicidio'"


Las viejitas estaban entrenadas. Ellas sabían todos los protocolos de entierro. El abuelo estaba feliz de que abrieran su cuerpo y sacaran sus vísceras como cuando matan un chancho, tenía una sonrisa extrañísima que se mantenía gracias al rigor mortis. Dentro de protocolo estaba la contratación de las mujeres llorosas. Hacían cálculos de seres queridos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo, chóferes de buses, deudados, exnovias, asesinados, jefes, suegras y asaltantes, metían todos los datos a una formula matemática que mezclaban estos porcentajes de personas con un factor de posibles pecados no perdonados multiplicado con un factor de graves. Esta formula fue dada por Dios a través de un padre matemático que tenia el monopolio del alquiler de las mujeres llorosas. Andrés estaba presente cuando abrieron al abuelo, y pudo ver el corazón. El momento recordó como cuando abrimos un paquete de frituras lleno de aire (para dar menos producto) que se resiste a abrirse, y de pronto explota. No olía mal. Los chorizillos cayeron al piso, la mesa era angosta. Seguidamente tenían que cortar el tórax al medio, con la ayuda de un machete afilando, con el fin de desprender los órganos faltantes. Era negro, y duro como una piedra. Las viejillas, al ver el corazón descubierto, se hablaban al oído, y Andrés curioso hizo silencio para oír lo que hablaban. “Fue un suicidio”. Al escuchar lo que hablaban, decidió callar para no afectar la contratación de las mujeres llorosas, no había plata para contratar más, además él sabia que sería un golpe duro para su orgullosa mamá. Andrés empezó a sospechar del nombre gravado en letras rojas con negro en el pecho del abuelo, apuntó el nombre “Lucrecia Borgia” en un papel y lo deposito junto a papeles amigos en la billetera. Tenía muchísimo escepticismo sobre lo que dijeron los policías y lo que dijeron las viejillas. La casa estaba abarrotada de personas recordando momentos amenos del pasados donde el abuelo actuaba papeles secundarios. El cuarto del abuelo estaba un poco desordenado, tenía paredes cubiertas de espejos, con el fin de ayudar a coger los objetos con mayor facilidad, fue idea de él, odiaba que lo ayudaran. La curiosidad de Andrés nació de la doble imagen del abuelo. El abuelo que él conoció era muy distinto al que contaban los más viejos de la familia. Se dedicó toda la tarde a registrar el millón de cachivaches que guardaba el abuelo para no olvidar el pasado.
El embrujo empezó a esparcirse por los alrededores, y empezaron a aparecer varios pretendientes de Juana Viale, todos exigían lo mismo, exigían la separación de ella con el extranjero. El proceso de embrujo de los pretendientes fue paulatino, solamente aquellos amigos que tenían más de un curso común con ella y además estaban sentados a menos de dos campos de ella, caían, se vieron varios casos de unos que compartieron el campo de un bus con Juana y al final del viaje estaban perdidamente enamorados de ella. Cuando Juana Viale caminaba por los alrededores de la universidad el extranjero siempre estaba atento, ya que se podía ver como los pretendientes se escondían al mover la vista, atrás de un árbol, simulando conversar con cualquiera, pretendiendo pretender. Eso lo volvía loco. El extranjero la quería perdidamente, como el piedrero al crack. Juana Viale de su parte se sentía muy alagada de ver a los hombres así por ella, eso es natural, su embrujos no quitaba sus instintos de mujer. El extranjero, ante el peligro de ver más de un pretendiente merodeando la zona, exigía besos públicos, declaraciones públicas de amor, abrazos en zonas de alta visibilidad, con el fin de espantar esos nuevos adictos. Ante la vista de cualquier ser humano eran meras aptitudes de hombre celoso, pero no lo era así, era sus instintos de supervivencia, porque sabía que sin Juana moría. Ella tenía todo el poder sobre el extranjero, con solo dos palabras podía hacer lo que quisiese con él. “Te dejo”. Así empezó la transformación del extranjero a como Juana quisiese, a semejanza del concepto de hombre perfecto que ella tenía. El extranjero no pudo soportar la dosis normal de Juana. Él para sobrevivir, se hizo adicto a otras sustancias más solitarias (a excepción de sustancias poderosas que crearon amigos imaginarios, todos relacionados en cierta manera con Juana). El concepto de hombre perfecto de Juana no era compatible con el extranjero, pero si cumplía con el requisito fundamental, el ser extranjero.

Continuará...

Lunes 17 de octubre de 2005
Pablo Andrés Quirós Solís

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